19.7.07

Road Walls

(Blue devils inside my fingers)


Seems that the wrath of the gods
got a punch on the nose
and it started to flow...
I think I might be sinking.

Led Zeppelin,
Going to California


¿Cómo se empieza a escribir una carta?

En primer lugar y antes que nada, hay que dejar claro que las cartas son epitafios: las escribimos a los muertos. O los que no están, que son, en esencia, los mismos. Las escribimos sin esperar una respuesta, quizá incluso esperando que nunca sean leídas. ¿Por qué si no contaría una carta cosas que nosotros nunca contaríamos?

Las cartas se escriben sabiendo que quien las reciba no podrá mirarnos a la cara mientras las lee. Como si una muralla infinita -esto es, una caja de pino y metro y medio de tierra- nos separara. Se escriben para uno mismo, para estar tranquilo; para estar cerca; más bien, para permanecer tranquilo porque, al menos, hemos intentado estar cerca. Se escriben tal como se le habla a una lápida... Y, eso sí, rezando porque nadie nos vea. Escribir una carta es, por tanto, como poner una vela a un santo: pura superstición romántica.

Pero llega un momento y hay que hacerlo.
Hay que coger un lápiz, limpiar las migas del folio, comprobar que el café no le haya dejado un cerco y traicionarse. Matar al otro. Rebajarle a la categoría de pasado. Alejarle sin remedio. Hay que barnizar el lápiz en sudor mientras piensas en las primeras palabritas que tendrás que obligarte a dibujar, frases hechas devoradas por la carcoma, todas igual de frías y asépticas; todas color pasillo de hospital; todas con sabor a Biodramina. Y empieza un desfile de sonrisas recortadas en celofán, de complicidades de plástico, de promesas que son sólo tinta china y cuentos chinos, de collages de sinsentidos, puzzles de polietileno rescatados de naufragios de aburrimiento, y de esas arcadas, tan tangibles, que son lo único de lo que no puedes escribir.

Sin miramientos fusilas a palabras cualquier trozo de tu vida, en nombre de quién sabe qué; en nombre de quién sabe quién. Y piensas -al menos yo- que tus dedos estarían más tranquilos sobre una cuerda que sobre un papel. Y que ya lo intentarás mañana. Y que mejor ir a lavarse las manos ahora, antes de que se sequen el vómito y la tinta. Y que hoy no es un buen día para estas cosas. Y que... Joder, y que toca hacer café.


Así se empieza a escribir una carta. Falta averiguar cómo se termina.