17.6.07

Time Out

(I've got the blues)


Tenemos poetas, colgados, canallas,
quijotes y sanchos; Babel y Sodoma...
[...]
Más de cien palabras, más de cien motivos,
para no cortarse de un tajo las venas...
Más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.

Joaquín Sabina,
Más de Cien Mentiras


¿Sabéis? Al final, de alguna manera, todas las ciudades tienen nombre de mujer. No me interpretéis mal... Ni soy Supermán ni tengo una novia en cada puerto; más quisiera por un lado y Dios me libre por el otro.

Sevilla, por ejemplo, tiene el nombre de esa morena que siempre se acuerda de mí; Granada, el de aquel par de ojazos que perpetraron conmigo la Gran Olla de Espaguetis; Córdoba, demasiados (pa' lo bueno y pa' lo malo). Salamanca tendrá siempre el nombre de esa sweet little rock'n'roller que no quería mirar atrás desde la puerta de la estación. De esa rubia que, igual que yo, no supo o no quiso decir lo que se llevaba con ella. Que tenía los ojos de hierro, no como los míos que eran amagos de infarto. Y que quiere creer conmigo que un día nos reuniremos todos a beber del mismo vaso.

También tiene un largo subtítulo, en el que aparece ese segoviano que, con el equipaje hecho, aún no sabe a dónde va; el mallorquín que, camino de la biblioteca al bar, cambió sus mocasines por botas; la francesita que conocía el mundo entero menos el trozo que pisaba; la farinata que quiso aprender a no aprender; el cordobés que sólo quería ser andaluz para lo bueno; la alemana que me hizo parecer siberiano; la salmantina que se chupaba el dedo; la extremeña que se tomó a pies juntillas el "esta boca es mía"; el asturiano que se llamaba como yo quise llamarme; aquella clase que se buscaba, sonriente, las castañas en el desierto.

En cualquier caso, ahora escribo encorsetado entre cuatro puntos cardinales que me rechinan contra las costillas. El cielo sobre el 4ºB me aplasta como a una cucaracha y solo puedo financiar a Phillip Morris. Mirar una maleta, vacía entre lunares de persiana, y pensar que aunque sobre esta ciudad, no cabe tanta gente. Tanta gente a la que nunca le dije lo que tenía que decirle porque, al fin y al cabo, ya habría tiempo para eso. Y me río comprendiendo la evidencia de que siempre hay pistoletazos de salida; nunca de llegada.

Quiero creer que nos tomaremos juntos otra ronda de tequilas. Y que pagaré yo.



Y llueve, decía Panero, llueve sobre el País de Nunca Jamás.